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31-03-2016 |
El "Platismo" continúa en la relación de EE.UU. con Cuba
Calvin Coolidge (izq.) visitando Cuba en 1928, con el presidente Machado (der.)
Samuel Farber
La visita de Barack Obama a Cuba fue la primera que un presidente de Estados Unidos hiciera a la isla desde que Calvin Coolidge la visitó en 1928. Con su llegada, Obama continuó el proceso de reapertura de relaciones diplomáticas con Cuba que comenzó el 17 de diciembre del 2014, así como otras medidas iniciadas con el fin de normalizar la relación entre ambos países. Esto ha sido un cambio verdaderamente bienvenido, dada la historia de agresión y hostilidad que por décadas los EE.UU. auspiciaron contra el gobierno cubano, incluyendo, entre otros, el bloqueo económico, aún en vigor, invasiones y ataques terroristas.Durante su visita el presidente estadounidense se reunió con varios disidentes. Aunque no se sabe todo lo que se habló en esa reunión, sí se conoce que después de esta, varios de los participantes repitieron públicamente sus reservas y su oposición a la normalización de las relaciones con el gobierno cubano que estos opositores rechazan.
Esa postura política desciende de una tradición política denominada Platismo. El término fue acuñado en 1901, cuando el senador estadounidense Orville Platt, respaldado por el Senado, forzó a la primera asamblea constituyente de Cuba a adoptar una enmienda constitucional que le confería a los EE.UU. el derecho a intervenir en los asuntos internos de la Isla.
Avalados por esta enmienda, y con el apoyo explícito de muchos políticos cubanos platistas, los EE.UU. intervinieron repetidamente en la política interna de Cuba reforzando su autoridad con la amenaza de una ocupación militar, que implementaron en varias ocasiones.
La enmienda Platt fue abrogada en 1934, después de la revolución que derrocó al dictador Gerardo Machado. Pero no afectó el poder y la influencia del gobierno estadounidense en la isla, y siguió contando con el apoyo de los platistas.
En general, el Platismo de esa época estaba arraigado en un fatalismo político y económico que daba por sentado que nada podía suceder en Cuba sin el consentimiento de los EE.UU., no porque eso fuera deseable, sino porque era el destino inescapable de un país pequeño cercano al gigante imperial.
El Platismo penetró todas las clases sociales de la Cuba prerrevolucionaria, ya fuera en su versión más suave que predominó entre las clases populares o en su versión más dura entre las clases media y alta. Entre las elites se expresó culturalmente en una gran admiración por el “American way of life,” el consumo de artículos estadounidenses y viajes a los EE.UU.
También promovió un interés obsesivo en las elecciones presidenciales de la poderosa nación del norte, por las consecuencias que los resultados implicaban para la Isla, lo que reafirmó la idea que el futuro de ese país dependía más de las decisiones que se tomaban en Washington que las que se tomaban en La Habana.
En general, los cubanos, aún los de clase alta, favorecían a los demócratas a los que les atribuían una perspectiva más benéfica hacia Cuba que los republicanos (aún después de que el presidente demócrata Harry Truman reconociera oficialmente a Batista después del golpe militar que encabezó en marzo de 1952).
Muchos políticos cubanos de los 40 y 50, tanto batistianos como anti-batistianos, respaldaron, en secreto, la intervención norteamericana en los asuntos de Cuba, e incluso abogaron en secreto con Washington con ese fin.
Documentos del Departamento de Estado revelaron que Carlos Márquez Sterling–un político prominente que presidió sobre la Convención Constitucional de 1940, y que se postuló como candidato de la oposición leal en las elecciones presidenciales contra Batista—le recomendó a la embajada estadounidense en La Habana que los EE.UU. renovara la venta de armas a Batista aún después de haber sido derrotado por el dictador en lo que Sterling mismo reconoció habían sido elecciones fraudulentas.
El Platismo después de la Revolución de 1959
Aun antes de que el Gobierno revolucionario de Castro se declarara comunista y se aliara con la Unión Soviética, emergió una oposición de derecha cada vez más platista cuyos esfuerzos culminaron, en abril de1961, con la invasión de Bahía de Cochinos auspiciada por los EE.UU.
Muchos cubanos, especialmente los que emigraron después de la revolución, apoyaron, basándose en el platismo, la larga campaña de los EE.UU. para desestabilizar y destruir el gobierno de Castro.
Y aun cuando con el fin de la Guerra Fría, Cuba pasó a un segundo plano en cuanto a su importancia estratégica para Washington, la influencia de los platistas cubano-americanos en la política doméstica de los EE.UU. jugó un papel fundamental para que se aprobaran leyes tales como la Torricelli de 1992, y especialmente la Helms-Burton de 1996, ambas de las cuales reforzaron significativamente e hicieron más difícil abolir el bloqueo económico contra Cuba.
Para la derecha cubano-americana, la reanudación de relaciones diplomáticas entre los dos países en diciembre del 2014 ha sido un gran golpe. Además, se está enfrentando a una situación cada vez menos favorable en la Florida con la reciente ola de inmigración de cubanos que no vienen de la misma clase ni comparten la política de los que llegaron en los años 60 ni la de sus descendientes, y cuya prioridad es ayudar a la familia que dejaron atrás en su país de origen, y no la política del exilio.
Los EU.UU. y el Platismo en Cuba
En la Cuba de hoy, los que se auto-titulan disidentes son o individuos o grupos pequeños no violentos situados a lo largo de un espectro político que va de la derecha dura, a la democracia cristiana moderada y lsocial democracia a su izquierda.
También ha surgido una corriente de izquierda crítica, aunque sus partidarios no se auto-titulan disidentes, en gran parte para evitar ser asociados con la disidencia de Miami. Los opositores de derecha se oponen a la reanudación de relaciones y quieren que continúe el bloqueo económico. Los de izquierda tienden a apoyar esta normalización, aunque frecuentemente demandan que el gobierno cubano haga una serie de concesiones políticas y económicas a cambio de esa normalización.
Para la mayoría de estos disidentes, su oposición al bloqueo económico no se fundamenta en un principio -como el antiimperialismo o la autodeterminación nacional- sino en un cálculo de daños y beneficios conforme al cual el embargo ha resultado ser contraproducente o una estrategia fallida.
Es por eso que estos liberales y socialdemócratas acaban por caer en el Platismo, aunque generalmente de un tipo más suave que el de su contraparte de derecha. Ven a los EE.UU. como una fuente de apoyo que ellos pueden usar o descartar como y cuando les convenga y conforme a sus propios fines.
Desde la revolución, los EE.UU. han tratado de encausar el Platismo cubano de diferentes maneras y dentro de diversas organizaciones. Le proveyeron armas y fondos a las organizaciones terroristas anti-castristas, las cuales aceptaron la ayuda en términos, por lo menos, implícitamente platistas.
Sus iniciativas abiertas y públicas de oposición al gobierno cubano también han asumido un molde platista. Una de las más recientes fue la serie de audiencias que condujo el senador cubano-americano de la Florida Marco Rubio, en Febrero del 2015, en su capacidad como presidente del Subcomité de Relaciones Exteriores del Senado sobre Asuntos del Hemisferio Occidental, para examinar y oponerse al acuerdo entre los presidentes Obama y Raúl Castro.
El Comité de Rubio invitó a atestiguar a una serie de disidentes cubanos de diferentes posiciones políticas: desde derechistas duros como Berta Soler, líder de una facción de las Damas de Blanco (un grupo fundado por los parientes de prisioneros políticos), y Rosa Maria Payá del Movimiento de Liberación Cubano Cristiano; hasta moderados como Miriam Leiva, y social demócratas como Manuel Cuesta Morúa, ambos de los cuales apoyan la reanudación de relaciones diplomáticas.
Disfrazando esta iniciativa como el derecho del Congreso a supervisar la política exterior de los EE.UU., comités como el de Rubio se han abrogado el papel de juez y jurado con respecto a la política interna de Cuba.
La colaboración de disidentes como estos con los intentos de las instituciones gubernamentales de los EE.UU. para conferirle al Platismo un carácter oficial, han ayudado a legitimar la intervención de EE.UU. en los asuntos internos de Cuba. Sus comparecencias ante los organismos oficiales estadounidenses también han desacreditado a toda la disidencia cubana ante los cubanos anti-imperialistas nacionalistas cada vez más críticos de su gobierno.
El gobierno estadounidense también ha tratado de establecer vínculos con varios elementos de la oposición en Cuba. Ese es el caso del conocido disidente socialdemócrata Elizardo Sánchez, como también lo es Vladimiro Roca (hijo de Blas Roca, uno de los líderes del Partido Comunista de Cuba antes de la revolución), un social demócrata que se ha ido hacia la derecha.
Conforme a un cable del 2006, de la Sección de Intereses de los EE.UU. (USINT), distribuido por Wikileaks, Sánchez y Roca se encontraron con Michael Parmly, el jefe de la USINT, para pedirle que rescindiera su decisión de prohibir el acceso a dos centros de Internet de la USINT a 10 cubanos, quienes según Sánchez y Roca habían sido injustamente incluidos en la lista negra de la Sección, quizás por instigación de disidentes rivales.
El cable no especifica la relación de trabajo de Sánchez y Roca con la misión diplomática estadounidense, pero sí muestra la voluntad de esos disidentes socialdemócratas a colaborar con el gobierno del norte.
El financiamiento secreto de los EE.UU a un número desconocido de cubanos en la oposición es no solo una iniciativa más, sino la más grave. En un momento dado, el mismo Elizardo Sánchez señaló que para la disidencia, la ayuda financiera directa del gobierno podía ser muy dañina, aunque más tarde cambió de opinión.
Los disidentes que han aceptado esa ayuda sostienen que, en un país como Cuba, es muy difícil mantenerse en la oposición, y señalan que además de contar con un extenso sistema de vigilancia y de recurrir al encarcelamiento, el Estado controla el acceso a la educación superior y, hasta recientemente, casi todas las fuentes de empleo en la isla. Aún controla el 75 por ciento de la empleomanía, aunque esta proporción es mucho más alta en la esfera profesional y académica, de la que un gran número de los disidentes dependen para su empleo.
La respuesta del gobierno cubano al Platismo
No es de sorprender que el gobierno de Cuba haya usado la ayuda, real e imaginaria, del estadounidense a la disidencia como un ariete para golpear a la oposición.
Pero fiel a su costumbre, el gobierno de Cuba sigue respondiendo al desafío de una disidencia pacífica, no violenta, con la represión administrativa y/o policíaca. En 1999, el gobierno aprobó la Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba que, entre otras cosas, criminalizó el recibir fondos de países hostiles, aunque estos estén dedicados a actividades políticas pacíficas, como reuniones y manifestaciones, y escribir artículos para órganos hostiles de la prensa como El Nuevo Herald de Miami.
En el 2003, 75 disidentes fueron sentenciados a un largo término de prisión por haber quebrantado esa ley. Su encarcelamiento provocó un gran furor en el extranjero y la crítica de varios personajes que por mucho tiempo habían sido partidarios del gobierno cubano, como el escritor uruguayo Eduardo Galeano, y el novelista portugués ganador del Premio Nobel, José Saramago.
El gobierno dejó salir a unos cuantos de esos disidentes varios años después por razón de salud; pero los 50 restantes permanecieron en la cárcel hasta el 2010, cuando a razón de las negociaciones entre el gobierno de Raúl Castro y la jerarquía de la Iglesia Católica fueron puestos en libertad, después de que la mayoría aceptara “voluntariamente” salir deportada de la isla (mayormente rumbo a España).
Aún en el caso que todos los 75 hubieran recibido ayuda material de los EE.UU., el gobierno no debería haber manejado las actividades pacíficas de ese grupo como un asunto criminal, sino como un asunto político sujeto a un debate público.
Si todos los cubanos en la Isla, incluyendo la oposición pacífica, tuvieran el derecho de libertad de prensa, de palabra y de reunión, y si se les garantizara el acceso a los recursos para ejercer esos derechos de una manera proporcional y justa, solamente entonces sería justo criminalizarlos por recibir ayuda material del gobierno estadounidense. Desafortunadamente, el gobierno no permite ningún acceso a los medios de comunicación a ninguna oposición, no importa de qué tipo.
La disidencia cubana y el apoyo de los Estados Unidos
La ayuda financiera del gobierno de los EE.UU. y de organizaciones formalmente no gubernamentales, pero financiadas por el estado, tales como Freedom House, no solo ha puesto en entredicho la independencia de los grupos de oposición en Cuba, sino que también los ha distraído de su misión para organizar a los cubanos, y en su lugar ha promovido actividades orientadas al exterior, como dedicarse a rendir declaraciones a la prensa extranjera, y a recibir los cheques de la embajada estadounidense.
El enfoque organizativo con miras a la autosuficiencia, aún en las circunstancias tan difíciles que predominan en la isla, le permitiría a la disidencia una independencia y fuerza política que jamás podría obtener dependiendo de un gobierno extranjero para sobrevivir política y materialmente.
Es precisamente ese modelo organizativo que adoptó el Comité de Defensa de los Trabajadores (KOR), un grupo de oposición de tendencia izquierdista en Polonia que jugó un papel clave en sentar las bases de la insurgencia del movimiento Solidarnocz de 1980.
Según lo narra Jan Josef Lipsky, uno de los líderes de ese grupo, en su libro KOR's Workers' Defense Committees in Poland, 1976-1981, su grupo implementó un modelo organizativo que, a pesar del despido y encarcelamiento masivo de sus miembros, permitió forjar la alianza entre los trabajadores activistas y los intelectuales que sirvió como preludio a la huelga en el puerto de Gdansk que detonó el movimiento de Solidaranosc en 1980.
Ese modelo no necesariamente excluye el apoyo financiero y político de las organizaciones verdaderamente independientes en el extranjero. Las organizaciones independientes de derechos humanos, tales como Amnesty International, han desempeñado un papel clave para sacar a la luz pública los abusos de los derechos humanos infringidos por el gobierno cubano.
Mientras más sindicatos progresistas, grupos políticos y organizaciones religiosas internacionales apoyen a las organizaciones independientes en Cuba, menos tendrán estos grupos que depender del apoyo de instituciones imperialistas.
Parte de la disidencia influida por el Platismo sostiene que, en Cuba, la cuestión de la auto-determinación nacional—y por lo tanto la amenaza que depender de un gobierno extranjero implica para su propia independencia—no tiene base en la realidad de la Isla: en una Cuba sin democracia, dicen ellos, no puede haber auto-determinación, y cualquier objeción a la ayuda del gobierno estadounidense obstruye la lucha por la democracia en la isla.
Pero este argumento solo confunde las dos nociones. Históricamente, el derecho a la autodeterminación nacional jamás ha estado supeditado a la condición de la democracia interna. Por ejemplo, la opinión pública internacional, incluyendo la izquierda, enérgicamente protestó la invasión imperialista del dictador fascista Benito Mussolini contra Etiopía en los 1930.
Esa protesta ocurrió independientemente del hecho que, en aquel entonces, Etiopía estaba gobernada por el emperador Haile Selassie a la cabeza de un sistema profundamente reaccionario caracterizado, entre otras cosas, por la existencia de la esclavitud.
Según otro argumento demagógico que la disidencia ha esgrimido, aunque menos frecuentemente, hasta el mismo gobierno cubano se ha vuelto platista, dado los pasos que recientemente ha dado para establecer relaciones económicas con los EE.UU. para resolver la crisis económica de Cuba.
Esta posición fue explícitamente articulada por el socialdemócrata Manuel Cuesta Morúa en su artículo titulado “El Platismo Revolucionario” que apareció en la conocida publicación disidente 14 y Medio.com. Además de proponer el asombroso argumento que el conflicto entre Castro y el gobierno de los EE.UU. fue resultado de una decisión “voluntaria” del liderazgo cubano, Morúa afirma en dicho artículo que el modelo económico actual de Cuba es el mejor ejemplo de un Platismo revolucionario, porque solamente se puede sostener con relación a la economía de los EE.UU.
Este argumento distorsiona el Platismo a un grado tal que le quita todo el sentido a ese término. El poder económico objetivo que los EE.UU. poseen como representante del capital doméstico e internacional ha forzado a muchos países a hacerle concesiones políticas a costa de su soberanía nacional. Pero esto no ha sucedido en Cuba todavía (aunque no es posible eliminar la posibilidad de que suceda en el futuro, especialmente después de que los líderes de la “generación histórica” hayan pasado a mejor vida).
Va sin decir que en las transacciones del gobierno cubano con el capital extranjero tienen aspectos verdaderamente reprensibles. Carecen de transparencia y no las someten a ninguna discusión pública. Más que nada, sus prácticas laborales—en las que se ha impuesto como intermediario obligatorio—son verdaderamente explotadoras. Le paga a los trabajadores cubanos solo una fracción de lo que le cobran a las corporaciones a cuenta de salarios, al mismo tiempo que les niega el derecho a organizarse independientemente para negociar con los capitalistas extranjeros o con el gobierno mismo, su compensación y condiciones de trabajo.
Las consecuencias del Platismo
Al acogerse al Platismo, los disidentes acaban perjudicando la lucha contra el estado unipartidista y la pelea por la democratización política y económica de la sociedad cubana. El Platismo es una ideología que solo debilita la soberanía política de Cuba y amenaza con arrastrar a la Isla al pasado neo-colonial pre-revolucionario, una condición que la Revolución transcendió, aunque haciendo pagar a los cubanos el costo innecesario de un estado unipartidista.
El compromiso que muchos platistas dicen tener con la democracia se ha vuelto aún más dudoso por su silencio, y hasta su apoyo, al intento de golpe de estado en Venezuela en el 2002, apoyado por los EE.UU., y el golpe que sí se llevó a cabo en Honduras en el 2009. El Platismo obsequioso de muchos disidentes también ha causado un gran daño estratégico a la causa anti-castrista, porque le ha abierto las puertas al gobierno cubano para caracterizar a sus críticos como lacayos de los EE.UU. ante la opinión internacional.
Hay que defender a los individuos y organizaciones perseguidos por el gobierno cubano por conducir actividades políticas pacíficas, aún a los platistas y a aquellos que abogan por la restauración de una economía de “libre mercado.” La defensa de los derechos democráticos y los derechos humanos contra un sistema que los rechaza es una obligación que va más allá de cualquier desacuerdo político por fundamental que sea. Pero esto es una cosa muy diferente que darle apoyo político a los platistas. El Platismo, a fin de cuentas, socava cualquier posibilidad de auto-determinación nacional y de democratización.
La visita del presidente Obama ha sido un paso en la dirección correcta para normalizar las relaciones de los EE.UU. con Cuba. Obama merece el reconocimiento de sus esfuerzos para enmendar algunos de los daños que la política extranjera de su país le ha infligido a la nación cubana. Pero ese reconocimiento no debe confundirse con una gratitud indigna, y mucho menos instando a que utilice el poder del estado imperialista que él preside para presionar por la democratización en Cuba. Esa tarea le incumbe solo a los cubanos, no a Washington.
Samuel Farber nació y se crió en Cuba y ha escrito muchos libros y artículos sobre ese país. Su último texto, The Politics of Che Guevara:Theory and Practice , saldrá a la luz en abril de 2016.
Fuente: http://www.havanatimes.org/sp/?p=114234
Traducido por Selma Marks de una versión del artículo original publicado en la revista estadounidense Jacobin .
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